Mi hotel fue el desierto

 

“cuando pasan por mi espíritu, me siento más inclinado que nunca a creer que los sueños tienen su propia morada; pienso que habitan o se esconden en obscuras verdades que cuando estoy despierto, permanecen latentes en mi alma, como impresiones muy vivas de cuentos en colores...”*

 

- Ahora en este salón podría estar en cualquier parte del mundo. – susurra al oído del niño sentado a su lado – pero escuchar mi propio idioma y reconocer facciones de mi cultura, me hace sentir que estoy otra vez en mi ciudad. – se hace silencio durante un fragmento perpetuo y luego la mujer continua:

- Hace más de un año que no piso en esta tierra. -  de pronto aún más, piensa – Tal vez desde siempre! Tal vez nunca he realmente estado acá y ahora vuelvo. Sorbo los pequeños detalles de mi tierra y mato la saudade en un vaso.

- ¡Es donde nace el cielo! – responde el niño, cerrando su libro. – Es potente la posibilidad de entender la soledad, es un buen regalo para uno mismo.

Al fondo del salón suena él acordeón a todo volumen y mientras todos desayunan la mujer pide otro vaso de su trago.

- Que linda la niebla sobre la carretera. – el niño sigue inspirado por el capitulo de su libro - Ensaya una curva a la distancia, esconde el presente y delata la humedad.

- Voy hacia esa curva – responde la mujer sin mirarle – para allá está mi casa, pero solo la alcanzaré a ver desde la ventana del avión. – bebe un sorbo del vaso y sigue: - son 3940 m sobre el nivel del mar...

- ¡Qué emoción conocer donde nace el cielo! – completa el niño girando el cuerpo otra vez hacia la ventana.

La mujer emocionada por la eterna e instable presencia del futuro, sonríe por la sensación momentánea de las gotas de sol que le tocan las manos, filtradas por la hojas de árbol de su infancia. En resumen, una excelente bienvenida – piensa.

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Por momentos me siento en casa y por otros me acuerdo de por qué me fui – piensa la mujer que ahora se encontraba agotada. -¿como uno puede sentirse extranjero en su propia tierra? – pregunta al niño que se había distraído con una moneda.

- Me encantan las monedas conmemorativas – reflexiona en voz alta, sin pensar en la pregunta que le habían hecho. – si yo tuviera la aptitud de coleccionista esta seria mi obsesión.

- Estas monedas ya no me dicen nada, las de mi niñez ya solo existen en las colecciones. -  dice la mujer cerrando los ojos. Espera unos segundo y sigue, riéndose sutilmente - ¿Cuál es el problema con las colecciones?

- Pues, es de la incumbencia de todos los socios/portátiles la consciencia de nuestra portabilidad! – fascinado por esta literatura el niño sigue en voz baja, casi susurrante – Portabilidad no solo de nuestro cuerpo, como materia necesaria al desplazamiento, sino también de todo lo que componemos/creamos! Una vez intenté coleccionar canicas, pero las botaba de apropósito por todas partes. Hasta las supuestamente más preciosas.

- ¿Pero entonces, un portátil no puede tener objetos? – ella interroga, mirando las maletas.

- Claro que puede. Objetos portátiles, obviamente. – responde el niño moviendo la cabeza en sentido de afirmación.

- ¿Hay algo más portátil que una canica?

- Una colección nunca es suficientemente portátil! – replica, tensionando las cejas. – todo lo que te haga dependiente, vulnerable o responsable. No se puede.

- Yo creo que ni la memoria es siempre transportable. – completa la mujer, reflexionando sobre su condición. – Pienso que aprender puede ser una manera de coleccionar.

- Creo que depende de la forma en que las cosas asumen en el olvido. – responde rápidamente el niño, siempre tan seguro y tan susceptible.

- Para mi todas las cosas se deforman, se vuelven irreconocibles – sigue la mujer intentando conectar su historia a lo absurdo – pero, sin embargo, están siempre ahí, viajando junto a mí, conspirando, se agrupando en perfecto silencio…*

- Es curioso que la construcción de uno, la interpretación del mundo sea moldada justamente por los elementos más ausentes. – exclama - Como el desierto cuya configuración es esculpida justamente por el componente casi inexistente: el agua.

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La mujer, entonces, percibió que sus ojos se mojaban ligeramente y pensó otra vez en su desierto, en la conjunción de arena y soledad, en el paisaje rojizo de su reducto. Rodeada de pedazos deshabitados, viajó en pensamiento hacia aquella noche.

- Soy una victima de la cosidad*, es evidente – dijo sin titubear.

- ¿Qué es la cosidad? – preguntó el niño.

-Lamento usar un lenguaje abstracto y casi alegórico, pero quiero decir que soy patológicamente sensible a la imposición de lo que me rodea, del mundo en que vivo, de lo que me ha tocado en suerte, para decirlo amablemente.

- Pero… - el niño para y piensa durante un par de segundos - ¿y esto es un tipo de enfermedad?

- Yo sí lo creo. – responde - El desierto, por ejemplo, basta pensar para que mi cuerpo se llene de imágenes, mi ropa se cubra de polvo y mi boca se sature de arena.

- Pero, ¿qué tan desagradable se puede sentir? – Él la mira con curiosidad.

- No se trata de este tipo de adjetivación. – responde buscando en la profundidad de su pecho las palabras que pudieran responder dignamente a su propia pregunta - No se puede explicar sino que es algo que pasa, es concreto e irreversible!

- ¿Y yo puedo ser considerado una imposición que te rodea?

- Sí. – responde tomando el ultimo sorbo de su trago – Los encuentros para mí son siempre una graduación hecha de oposiciones y conjunciones*. Como si uno sintiera que sus bordes se desvanecieran.

- ¡Ahora entiendo el ejemplo del desierto! – el niño apoya la cabeza en el espaldar (respaldo) de la silla – tú eres como la arena a un tiempo líquida y sólida, de textura oscilante!

- Soy hecha de elementos muy simples cuya combinación es absurda.

- ¿ y existen combinaciones que no sean absurdas? – el niño se arrepiente de la obviedad de su pregunta.

- No sé, pero tu tienes el cuchillo afilado, niño, ¿cómo te llamas?

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Hubo un momento de silencio en el cual los dos sintieron una excepcional placidez. La ausencia de pasado les regalaba una oportunidad de devaneo.

- Los viajes son mi alimento – dice la mujer intentado convencerse a sí misma. - Amo la idea de que mi trabajo me lleve a los lugares donde viven mis amigos…

- ¿En dónde viven? – pregunta el niño.

- Siempre lejos.

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Ahora hacía silencio y ya no había más filas. El aire sutilmente olía a café y jamón.

- Que rico estar sola, quiero decir, contigo, por fin en paz... – suspira, mirando hacia la maleta abierta del niño.

- No somos más que un experimento de ficción, hecho de elementos inventados, sobrepuestos, como un collage de Matisse.

- ¿Por qué metiste a Matisse en la historia? – pregunta la mujer que hasta entonces acompañaba complaciente su reflexión.

-No sé, creo que los colores. – se ríe travieso – es que el color existe en sí mismo, posee su propia belleza, decía Matisse…

- ¿Qué más llevas en esta maleta? – pregunta, intentando leer el título del libro recién cerrado.

- Un acuario de palabras – contesta el niño – no hay otra manera de viajar.

- ¿Cómo que no hay otra manera de viajar? -  cuestiona, ojeando su propia maleta que seguramente estaba abarrotada de muchas otras cosas. Cosas tridimensionales,  que no palabras.

- Viajar para mí no es más que perder el control de las palabras – observa el niño – inventarse la intimidad con el lugar a partir de personajes de sí mismo.

- ¿Por qué siempre una ficción? – La mujer le interroga otra vez.

- ¡Estamos hablando la misma cosa!

- ¿De Matisse?

- No! – protesta – de la arena, de lo deforme, de la inconstancia material!

- Si estas hablando de material, tiene que hacer de las palabras algo más tangible! – aconseja la mujer.

- ¿Tangible? – pregunta el pequeño – pero si para mi no hay nada más concreto.

- El lenguaje seguramente es muy concreto pues es como condición de existencia, compartido.

- Sí, entiendo la diferencia. Existe lenguaje sin palabra pero no existe palabra sin lenguaje.

- Si lo quieres entender así… – ella asiente – pero lo que realmente quiero decir es que la palabra, o el acuario de palabras como lo dices tú, no existe si nadie lo lee.

El niño por un instante viaja en la metáfora del acuario, saca su cuaderno verde y apunta un par de palabras que la mujer no alcanza a ver. No pasa el tiempo, él se mueve con el lapicero entre los dientes mientras tanto la mujer se olvidaba de sus problemas.

- el lenguaje es una piel. Es cómo si yo tuviera palabras y no dedos*. – sigue hablando, mirando siempre su cuaderno desordenado. – Sin embargo escribir sobre algo es la manera más efectiva de destruirlo.

- Pero entonces hay que borrar el limite entre la verdad y la ficción. – articula convencida –  ¡por lo menos de la ficción entiendes bien!

- ¿A cuál verdad te refieres? – pregunta, entendiendo la provocación.

- No sé, pero es bonito cuando algo puede redefinir los limites de la verdad, reconfigurando nuestra afectividad con el pasado.

- La verdad y el pasado son dos cosas realmente compatibles!

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- No sé tú, pero yo extraño las conversaciones que no son dictadas por el tiempo.  – La mujer sigue, asegurando su pasión por desaparecer.

- Comparto contigo el no-tiempo en el no-lugar, reduciendo la duración a lo imposible!

El niño termina la frase y guarda orgulloso el libro convencido de que no tendrá que abrirlo en las próximas fracciones de tiempo. La mujer mueve el vaso que pesaba sobre su pierna izquierda y decide decir lo que piensa:

- Tú me has transportado a mi infancia, - dice mirando por el vidrio – me has transportado a las pilas de arena en aquella construcción del terreno al lado de mi casa. ¡Allí si que no había tiempo!

El niño disfraza la sonrisa y se alegra con la breve complicidad que acababa de conquistar, algo que al mismo tiempo que remontaba las particulares memorias de la niñez, os llevaba a viajar por un imaginario compartido.

-¡La arena, las pilas de arena, el polvo que marca la piel! Sí, da ganas de sentarme a amontonar y desmontar volúmenes…

En este momento los dos cuerpos viajaron como postales hacia el precipicio de sus memorias;  la mujer puso sus lentes oscuras y el niño miró el reloj.

 

 

* 1. VILA-MATAS, Enrique. Historia abreviada de la literatura portátil. Barcelona: Editorial Anagrama, 2011.

* 2. PAZ, Octávio. Vislumbres de la india, un diálogo con la condición humana. Barcelona: Seix Barral, 1995.

* 3. CORTAZAR, Julio. Rayuel. La Habana: casa de las Américas, 1969.

* 4. BARTHES, Roland. Fragmentos de um discurso amoroso. Rio de Janeiro: Editora Francisco Alves, 1988.